Un dÃa, un forastero llegó al pueblo.
Puso su puestito en el mercado.
Y pronto lo tuvo abierto al público.
“Damas y caballeros, ¡pásenle y aflojen sus monederos! Soy el Vago Lobo, impulsador, agitador, sindicalista pero trabajador, atador de cabos sueltos, hacedor de hazañas, ¡y a veces hasta adoctrinador de la juventud! Si trae Usted algún nudo Gordiano por ahà que lo tenga de cabeza, tráigalo pa´acá y se lo desato—¡y hasta le dibujo un diagrama de a gratis! ¡Y todo nomás por el cambio que traiga a la mano!—el cambio del que nunca pensó librarse…â€
La gente llegó, y trajo sus problemas consigo.
Hace falta tener una amplia experiencia a la mano en el área laboral de un verdadero Jornalero Renacentista de profesión. Si alguien podÃa aventárselo, era el Vago Lobo.
Era trabajo duro, pero alguien tenÃa que hacerlo. Los problemas de todo mundo no se iban a solucionar solos.
Claro que, de vez en cuando, se presentaban cosas más allá del poder del Vago Lobo—pero en general, cumplÃa.
Era solo cuestión de tiempo antes de que sus habilidades fueran notadas por la gente correcta.
“¡La Providencia te ha traÃdo aquÃ, mi querido Lobo!â€, exclamó el alcalde al divisar el puestito profesional.
Explicó cómo era que las ratas destruÃan el sustento de los contribuyentes, y que era de suma importancia—no solo por seguridad nacional, sino por la conservación de la sociedad Occidental como la conocÃan—que Hamelin se viera librado de la amenaza de las ratas.
“Naturalmente, no espero que tal magnitud de heroÃsmo venga barataâ€, continuó el alcalde. “Asà que estate seguro, muchacho, de que una insuperable montaña de tesoros será tuya si logras esta gran proeza—eso, y la eterna gratitud del pueblo de Hamelin.â€
A veces no era fácil ser un Jornalero Renacentista de profesión.
A menudo era más difÃcil ser un vagabundo.